well beaten path in by ippei+janineMientras nos tostábamos plácidamente al sol en un embarcadero turquesa ibicenco,
Bel nos leía en voz alta algunos fragmentos de la estupenda
entrevista aparecida en el dominical de el País a
George Steiner. Decía cosas preciosas sobre las lenguas, y sus reflexiones giraban alrededor de asuntos diversos, llenas de humor, optimismo, curiosidad. Además aparecían un par de imágenes de su luminosa casa en Cambridge, llena de libros, con un pequeño jardín. Me gustó cómo comparaba la traducción simultánea con el orgasmo, haciendo referencia a la no-coincidencia o desfase temporal, entre sexos y significados. Yo pensaba en lo que dice
Lacan:en el ser hablante no existe cópula ni relación sexual satisfactoria, en el sentido de coincidente, y ese mismo desfase aparece al traducir no únicamente de una lengua a otra, sino también cuando intentamos traducir con palabras nuestro pensamiento. A mí me gusta
sostenerme y habitar varias lenguas, viajar de una a otra, sin lograr controlarlo todo de modo completo, sabiendo que entre yo y los otros existen esos pequeños abismos. Citó a Heidegger para hablar de la importancia de que sigan habiendo preguntas y no sólo respuestas. También me pareció ingenioso y oportuno cuando al ser preguntado sobre el tema vasco, respondió preguntándose a su vez si la dificultad para aceptar la realidad exterior de ese pueblo puede tener algo que ver con la singularidad y la rareza de su lengua. Llevándolo al tema chino, estoy totalmente de acuerdo con la tesis de
J.F.Billeter cuando intenta desarmar la idea o mito del mundo chino como reverso del nuestro, encarnación de la alteridad por antonomasia, situado a nuestras antípodas. Billeter sostiene que tales discursos forman parte de un
fenómeno ideológico: el verdadero secreto de tal construcción, política ante todo, radica en la
instrumentalización de la lengua y la cultura por parte del poder durante las primeras dinastías del imperio chino, hasta hacer que éstas se confundieran y sirvieran de base del nuevo orden dinástico. Con el fin de hacer olvidar la violencia y la arbitrariedad con las que éste había surgido, éste debía parecer conforme al
orden natural de las cosas, y uno de los elementos fundamentales que hicieron que esto fuera posible fue la escritura y el uso que se hizo de ella. Efectivamente una de las características de la escritura ideográfica es que, en un origen, los signos daban cuenta de
las cosas del mundo, o al menos producían esa ilusión. China no necesitó desarrollar un sistema o aparato religioso demasiado complejo, puesto que la escritura suplía una parte importante de esa función: los ideogramas no traducían la palabra del ser humano, sino que hacía visibles las variaciones invisibles del mundo (como dice
Lanselle) la vía del cielo. La escritura, siendo un conjunto de signos que representan las cosas sin mediación de la voz o de la letra, se encuentra entonces impregnada de un poder explicativo de los enigmas del universo: primero fue utilizada para fines adivinatorios, y de ahí pasó a ser un instrumento oficial, administrativo, ritual, analítico, incluso literario, pero durante siglos, desligado de la palabra. Los intelectuales chinos, como esos poetas de los que hablo a veces, no eran escritores que trabajaban plácidamente en la paz de su despacho, caligrafiando y bebiendo té. Su discurso tenía que evadir la censura, llevárselas con el amo y los inconvenientes de la vida funcionarial, las cosas rara vez podían decirse directamente. No es extraño que fuese Billeter el autor de
un libro publicado a finales de los setenta y que me encantaría encontrar, sobre la vida de un escritor y pensador del siglo XVI,
Li Zhi, el cual obsesionado con esa idea de libertad, rompió de manera radical con el mundo oficial y confucionista de los mandarines para poder escribir y decir lo que pensaba. Un vez pudo retirarse de sus cargos públicos a sus 54 años, en vez de regresar a su pueblo natal, optó por la vida errante, no dudando en entrar a formar parte de un monasterio budista, no por vocación espiritual, sino para que lo dejaran en paz. Los títulos de dos de sus libros,
Libro para quemar, y
Libro para esconder, donde se expresa libremente, y que fueron prohibidos durante un tiempo, resultan bastante ilustrativos. Billeter incluye en aquel libro contra F. Jullien, en un capítulo, algún fragmento del
Relato emotivo sobre mi Vida, en el que el propio Li Zhi narra la siguiente anécdota: al llegar a una nueva prefectura, evita a toda costa presentarse ante la autoridad local, pero acaba recibiendo de éste una invitación, a la que se ve obligado a responder. Al final de la nota que le escribe en contestación no sabe cómo firmar. Escribir “
vuestro colega” le parece pretencioso, pero “
vuestro súbdito” implica demasiada sumisión, así que resuelve firmar con un “
el extranjero que se ha parado en este lugar”. Cree encontrar con esta fórmula un equilibrio adecuado entre lo que se puede y no decir, que salvaguarde su tan preciada libertad.