de la serie The Visitors de Charlotte CoryHay quienes hacen cosas, producen, hablan y actúan, muchas veces incluso trabajan, exclusivamente para que los de alrededor les concedan un lugar, una mesa, un sitio donde aposentarse y poder ser. Otros en cambio hacen cosas, producen, hablan, actúan, y quienes son muy afortunados consiguen incluso trabajar profesionalmente, por una razón que
desconocen a medias pero que les consume, les apremia, no pueden sino hacer eso, por poco conveniente o práctico que les resulte a veces. El lugar que ocupan es otro, yo digo que es marginal, y por eso su visión de la realidad es distinta, la miran desde un margen, en órbita, d
esde dentro y desde fuera. Ahí están los inmortales exiliados, los poetas chinos, por ejemplo. La marginalidad no significa estar sin blanca o falta de reconocimiento o éxito; muchos de ellos viven o vivieron en la cresta de la ola y siguen siendo marginales.
Lacan, que era uno de ellos, reprochaba a su auditorio del año 56 que creyese tanto en la gramática.
Su paso por la escuela se resume aproximadamente en haberles hecho creer en la gramática, dice,
y usa la lengua china para mostrar un uso más laxo y real de los significantes y la gramática. Se refiere a lenguas en las que una palabra no es casi nada en abstracto, y cuyo sentido y función son en cambio definidas por su lugar, por la puntuación utilizada, y sobre todo por su encuentro con otras palabras. En ese momento está intentando demostrar que al hablarle a otro, y decirle
tú… ese
tú no tiene un sentido, consistencia o peso unívoco. Y que si pudiéramos escribir de modo fonético nos percataríamos de las diferencias de tonalidad y acento de cada
tú. Dependiendo de la plenitud que le demos al
tú… nuestro yo recibirá una u otra cosa.
Ese “tú eres eso”, cuando lo recibo, me hace en la palabra otro que lo que soy (Lacan en el seminario 3)
Para tener una relación auténtica con el otro, para que el otro sea reconocido como tal ha de haber primero una identificación con el otro como semejante, una cierta relación especular. Sin embargo, y para no quedarnos en ese estadio de confusión ha de haber un lugar Otro, un yo tercero (que no es el yo-yo, ni el yo-en-ti) en el que precisamente reside
lo que no conozco de mi mismo. Así, cuando tú te me pones delante, yo no sé del todo quién soy, ni quién eres, ni siquiera a dónde me llevará todo esto, pero la situación me permite ser y seguirte (en francés Lacan juega con
je suis, tu es celui que je suis, eres el que yo/el que sigo).
Pero volviendo a mi idea de marginalidad, no sé por qué la relacionaba con los planetas. Tal vez por eso que dice el
doctor Frikosal sobre el
significado original de la palabra planeta, o por esa manera iluminada y creativa que tiene él de
mirar el mundo y las cosas. Lacan habla también del movimiento de los planetas frente a la quietud de las estrellas, cuando introduce en su seminario 2 al gran Otro. Los planetas no hablan, dice, primero porque no tienen nada que decir, segundo porque no tienen tiempo, tercero porque se los ha hecho callar. Fue Newton con su teoría del campo unificado y la ley de gravitación la que les cerró el pico. Con esa nueva explicación, la realidad temporal y espacial quedó reducida a un lenguaje bien hecho, a una sintaxis.
Creo que perciben aquí la oposición existente entre palabra y lenguaje (Lacan dixit)
Lo que tiene el tú, en cambio, es que responde, tiene boca.
Permanentemente tendemos a razonar sobre los hombres como si se tratara de lunas, calculando sus masas, su gravitación. No es ésta una ilusión exclusiva de los eruditos: es especialmente tentadora para los políticos.
En su
Mirall Negre, Manel Ollé colgó este verano un precioso texto poético en el que se describe la imagen de un hombre mirando las nubes en cuatro momentos de tu vida. Al final, ése sujeto que es ahora ya no mira las nubes sino que al mirarlas lo que hace es releer como los otros tres que fue las miraban. No ha habido únicamente tiempo, el viento los ha trabajado, “
pots reconèixer-te en la contorsió flexible de l’olivera”Es cierto, no hay sólo tiempo y espacio,
nos trabaja el viento, el roce con las cosas y con los otros que, como nosotros, pueden siempre responder.